Dimensiones | 0.7 cm |
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La reina de las nieves
€20.00
Autor: Gaite, Carmen Martín
Editorial: Círtulo de lectores
Año de publicación: 1995
Número de páginas: 360
I.S.B.N:
FIRMADO Y DEDICADO. Cuando el joven Leonardo Villalba, recién salido de la cárcel, desorientado, perdido, intenta poner orden en su vida presente, se acuerda siempre de un cuento de Andersen: «La Reina de las Nieves». «. En aquel tiempo había en el mundo un espejo mágico, fabricado por ciertos diablos.» Una noche, el espejo se rompió en pedazos tan pequeños como partículas de polvo que volaron por la atmósfera y se extendieron por todo el mundo. Y una de aquellas partículas se le metió en el ojo a Kay, el protagonista del cuento. También a Leonardo se le ha metido un cristalito en el ojo. Porque hay accidentes así de confusos, peligrosos quiebros del destino y a Leonardo ha venido a buscarle la Reina de las Nieves y le ha encerrado en un castillo de hielo, condenado a jugar, como Kay, al juego de la Razón Fría. En su pesquisa, Leonardo se acerca a la figura del padre muerto, evoca los acertijos de su abuela y, a su paso por un Madrid nocturno y agitado, encuentra sus propios acertijos: ¿Cómo era llorar? ¿Quién es la misteriosa señora de la Quinta Blanca? ¿Por qué sentimos vértigo? La valentía, el adulterio, la intensidad de las relaciones forjadas sobre la ausencia, la escritura entendida no sólo como ejercicio literario, sino como vínculo de afinidad real entre los seres, jalonan el camino de Leonardo hacia la salida del túnel. Ninguno de estos temas es accesorio, ninguno de los sucesos aquí narrados se desdibuja o se pierde. Combinando todos ellos, guiada por un extraordinario sentido de la estructura narrativa, la autora ha compuesto este impresionante canto a la memoria, al empeño y la lucha de la memoria por cumplir su travesía dejando atrás las asechanzas de lo oscuro, la prisión de hielo del olvido. «La Reina de las Nieves» es una parábola contemporánea, muy bella, sobre la potencia del recuerdo. Sus páginas se abren, como las puertas de la Quinta Blanca, para recibir el fragor de los acantilados.